lunes, 7 de julio de 2008

A todos los que me quieren y a los maestros-escritores que me odian gratuitamente por querer escribir como ellos


¡Al maestro con cariño!

Feliciano Padilla

Hablar de la historia de la educación, sin focalizar los aspectos más trascendentes de ésta, puede llevarnos a divagar o a soslayar lo que es importante en de dicho proceso. Por tal razón, hay necesidad de ponerla de pie para que todos estemos en condiciones de interpretarla con propiedad. La educación formal, alejada de esa otra que se genera desde el seno de la familia, la calle y los distintos escenarios de la sociedad, ha sido promovida, casi siempre, por el Estado que le confiere su carácter e intereses propios y; en algunos casos excepcionales, por las mismas comunidades campesinas, interesadas en reivindicar este derecho, negado para ellas, desde la colonia y a lo largo de la república.

Merece, por eso, referirnos primero a esa educación formal atesorada en la conciencia de las comunidades indígenas como una reparación histórica. José Luis Velásquez Garambel (2007) publicó una investigación con el título de “Movimientos Sociales y la Escuela en el Altiplano” (1860-1936). Este trabajo nos muestra, de manera documentada, la relación umbilical que se estableció entre las rebeliones acaecidas en el Altiplano peruano desde 1860 hasta 1936 con las justas reivindicaciones en materia educativa. No cabe duda que las insurrecciones se produjeron contra la explotación gamonal, por la recuperación de tierras, contra la tributación irracional y las distintas formas de explotación de la fuerza de trabajo del campesino. Sin embargo, en todas ellas, desde el levantamiento armado de Juan Bustamante, pasando por la revolución de Wancho Lima (1923), hasta los episodios de 1936, la educación ocupó el segundo punto de la agenda política de la masa indígena. La revolución de Wancho Lima tuvo indudablemente un contenido político y económico; pero, de las actas y los manifiestos se deduce que la educación de los aymaras fue uno de los pedidos más sentidos. En un artículo que escribí hace poco se da cuenta de que, desde inicios del siglo XX funcionaba una escuela clandestina en casa de Mariano Luque o Antonio F. Luque, a donde asistían tanto niños como personas mayores. En 1923, el presidente Carlos Condorena exclamaba ante los abusos de los hacendados: “Si los mistis incendian 05 escuelas, nosotros levantaremos 10, y si queman 10 escuelas, levantaremos 20”.

Sin embargo, el momento más importante de la historia de la educación promovida desde las comunidades indígenas tiene que referirse necesariamente a la Escuela de Utawilaya fundada por ese valiente aymara llamado Manuel Alqa Cruz y, más tarde, Manuel Z. Camacho, quien en 1904 fundó la primera escuela para indígenas utilizando los ambientes de su propia casa. Las principales “áreas de trabajo” fueron la higiene para prevenir las enfermedades, la lecto-escritura y la formación moral. Luis Gallegos (1993), en su libro “Manuel Z. Camacho: biografía de un aymara” sostiene que la escuela fue fundada en 1902. Cualquiera fuera el año, la importancia de la Escuela de Utawilaya radica en que fue un gran intento de redención indígena que causó la ira de los hacendados, jueces y curas, quienes, de concierto, complotaron contra la educación de los aymaras, denunciando rebeldías inexistentes y transgresiones a la ley que nunca se consumaron, pero, que fueron pretextos puntuales para que el obispo de entonces, monseñor Valentín Ampuero, castigara a zurriagazos al heroico educador aymara. No satisfecho con esta humillación, a pedido del mismo monseñor, Manuel Z. Camacho fue torturado, encarcelado y enjuiciado por el delito de haber fundado una escuela para indígenas. No obstante estas difuicltades, la Escuela de Utawilaya se sostuvo aproximadamente una década gracias a la valentía y la terquedad de su fundador y al apoyo que recibió del pueblo y del pastor evangélico Fernando Stahl. Con justa razón, Manuel Z. Camacho ha sido considerado precursor de la educación rural en el Perú.

Por su parte, la educación promovida por el Estado ha seguido un camino zigzagueante y dramático. Pueden constituirse en verdaderos hitos la labor de San Martín, que el 6 de julio de 1922 fundó la Escuela Normal del Perú (fecha vinculada al día del maestro) y la Escuela de Primeras Letras para el pueblo. Subrayamos, igualmente, por su gran importancia, la actitud formadora del general Bolívar, quien estableció la enseñanza obligatoria, ¡ah!, y la enseñanza gratuita en el nivel elemental. Fundó Bolívar varios Colegios entre ellos el de Ciencias y Artes de Puno y Cusco. Otro mandatario digno de ser mencionado fue Ramón Castilla, quien extendió notablemente la cobertura de la enseñanza primaria, fundó la Escuela Normal Central de Lima y decretó el Primer Reglamento de Instrucción Pública en 1850. Naturalmente, los alcances de la educación, por las restricciones del presupuesto quedaron en el papel y no cubrieron nunca las necesidades de las poblaciones pobres de las ciudades, ni de las zonas rurales. También, hay que reconocer, en esta ocasión, la labor del cumplida por José Pardo y Barreda en su primer período (1904-1908), quien “confirió un gran presupuesto para la educación nacional, que alcanzó el 15% del presupuesto general de la república (50% más que Toledo y García); estableció el ingreso de las mujeres a las universidades, creo los Colegios Nocturnos para obreros, estableció la educación gratuita y obligatoria para varones de 6 a 16 años y, de 6 a 12 años, para mujeres. José Pardo entregó gratuitamente 160,000 ejemplares de textos y 3,000 mapas para uso de los escolares; reorganizó la Escuela Normal de Mujeres de Lima y creo la Escuela Normal de Varones; concedió becas de post grado a muchísimos profesores que viajaron a Inglaterra, Estados Unidos y Suiza; contrató profesores belgas para la Escuela Normal y docentes alemanes y suizos para el Colegio Guadalupe” (Zárate, Adolfo, 2008). Se reconoció el carácter profesional del profesor y se les asignó un sueldo equivalente a diez veces de lo que ganaba el profesor en 1970. En 1972 el profesor ganaba un promedio que superaba los 1,200 dólares; hoy gana el equivalente a 300 dólares promedio. Por evidencias innegables, podemos asegurar que la educación tuvo en el gobierno de José Pardo un protagonismo que nunca alcanzó antes ni después de este presidente-educador.

Hoy la educación vive una de sus crisis más profundas. El problema tiene larga data y viene desde la contrarreforma (después del gobierno de Velasco Alvarado) y comprende falta de infraestructura, laboratorios y bibliotecas; falencias en la formación de los profesores, deficiencias en el logro de comprensión lectora y solución de problemas de lógica y matemática en nuestros alumnos, remuneraciones irrisorias, etcétera; pero, nuestros gobernantes actuales lo han profundizado y extendido porque tras sus políticas educativas esconden sus intereses neoliberales y una barata filosofía pragmática-utilitaria. Por eso son responsables de cuanto sucede en la educación peruana. Se observa con pena cómo la retórica se impone sobre la realidad y; cómo la mentira, sobre la verdad. Es cierto que ya se cuenta con un Proyecto Educativo Nacional elaborado por el Consejo Nacional de Educación, sobre la base de los aportes del Foro Nacional Educativo, el Acuerdo Nacional y otras mesas de trabajo, que establece la orientación, los objetivos estratégicos, las políticas de estado y las acciones establecidas para dar solución a cada nudo crítico; sin embargo, hasta ahora no se materializa ni al 10% por falta de presupuesto y decisión gubernamental. Más parece que el Proyecto Educativo Nacional (que debe ser debidamente estudiado por nosotros) sirve para encubrir errores e insolvencias. Por esta razón, el Ministro de Educación trata de ocultar este rotundo fracaso con una lucha fratricida en contra de los profesores, a quienes se acusa de ineptitud y graves falencias académicas y pedagógicas. Y cómo si esto fuera poco, se les responsabiliza, sin ningún rubor en la cara, del fracaso de la educación. Con esta estrategia nefasta se pretende desmovilizarlos políticamente, por medio de dos maniobras: desprestigiarlos y derrotarlos ahí donde duele más, su autoestima y, ponerlos en contra del pueblo que, con seguridad, quiere mejor calidad educativa y mejores profesores. Esto es lo que se esconde detrás de las bravatas del Ministro, a la que algunos dirigentes le dan más leña al fuego al oponerse por oponerse a la capacitación sin dar ninguna otra alternativa, dice que para evitar la evaluación.

Quizá no podamos evitar la evaluación porque está prevista en el Art. 15 de la Constitución, Art. 57 de la Ley General de Educación, estaba en el Art. 164 del reglamento de la Ley del Profesorado y lo está en los artículos referidos al ingreso, permanencia y ascenso de la actual Ley 29062 de la Carrera Pública Magisterial. Al oponernos a la capacitación, desarmamos a nuestros maestros por una parte y, por otra, proyectamos una imagen negativa hacia la sociedad. La única manera de darle vuelta a la tuerca es estudiar, actualizarnos y capacitarnos. Así le taparemos la boca al gobierno, proyectaremos una imagen positiva a la sociedad, a nuestros hijos y a nuestros estudiantes. Y recordar, siempre, que nuestras únicas armas son la unidad, el estudio y la lucha consecuente.

En este día tan importante rindo homenaje a los todos los maestros de Puno en la memoria de Manuel Z. Camacho, José Antonio Encinas, Telésforo Catacora, María Asunción Galindo, José Portugal Catacora. Saludo a todos mis alumnos que son maestros como yo y que trabajan en las cordilleras venciendo la altura y el frío; a las y los que están en la selva puneña luchando contra la feracidad de la jungla y la incomprensión; a las y los que están en las ciudades cumpliendo con su gran labor formadora pese a los psicosociales utilizados por el gobierno para desacreditarlos.
Saludo a mis ex colegas y ex alumnos del Instituto Superior Pedagógico de Puno; abrazo con emoción a todos mis compañeros de la Universidad Nacional del Altiplano. Saludo a los maestros Juan Carlos C., Rómulo B., Simón R., Wálter P.Q., Dorian E., Luis P., Adrián Miguel C., Lucila A., Adolfo Z., Ronald R., José Luis V., quienes me han dado suficientes motivos para sentirme orgulloso de haber sido su profesor; a todos los que me recuerdan o me han olvidado; a todos los que me quieren y a los maestros-escritores que me odian gratuitamente por querer escribir como ellos. ¡Salud!